En otras ocasiones te hemos contado el cuento de la ratita presumida o de la tortuga y la liebre. ¡Hoy es el turno del cuento del patito feo! Una historia que nos ayudará aceptar que cada persona es diferente y que tenemos que querernos tal y como somos. 

El cuento del patito feo

El cuento del patito feo tiene lugar cerca de un estanque, donde en una mañana de verano una pata está incubando a sus huevos y siente que ha llegado el momento de que rompan el cascarón. Con mucha emoción espera junto a ellos a que rompan las cáscaras, y poco a poco sus polluelos comienzan a asomar

La mamá los observaba llena de alegría, hasta que descubre que uno de ellos es de mayor tamaño que el resto, con un color más oscuro y una expresión en la cara que no le resultaba del todo familiar. Pero, ¡a quién has salido tú!, le dijo su madre. Sin embargo, aunque nadie apreciaba su belleza, el pequeño patito feo era capaz de lanzarse al agua y nadar, mientras que sus hermanos y hermanas eran demasiado pequeños aún para lograrlo. 

Por esta cualidad, el pequeño era picoteado por el resto de animales y el centro de todas sus burlas. Así que cuando creció un poco más y fue capaz de buscar su propio alimento, decidió partir. Empezó a recorrer los campos de la zona en busca de un lugar donde quedarse, pero nada le parecía convencer. 

Se paró junto a unos patos salvajes, pero estaban muy ocupados peleando. Más adelante, cuando ya le quedaban pocas energías, se cruzó con una señora que vivía con un gato y una gallina, y como vio que ambas especies se respetaban, le pidió permiso para quedarse allí unos días. 

Feliz durante un tiempo, un día comienza a echar de menos su entorno natural. Es decir, nadar y chapotear dentro del agua. Por lo que de nuevo, decidió partir en busca de un lugar donde pudiera ser él mismo y hacer lo que le gustaba sin que nadie se burlara de él por ello. 

La felicidad está cerca

Caminando de nuevo sin rumbo, se sienta una tarde a descansar, y cuando levanta la vista al cielo, observa a un grupo de aves blancas de gran tamaño que se alejan. ¡Ojalá pudiera ser como ellas!, pensó para sí. Triste por sentir que no encajaba en ningún sitio, se dejó dormir, sin inmutarse cuando una helada le sorprendió. El patito feo volvió a tener suerte, y esta vez fue un campesino quien le recogió y le dio cobijo hasta que tuvo fuerzas de nuevo para volver a partir. 

Así malvivió todo un año, hasta que de nuevo llegó la primavera. Convertido ya en un adulto, echó a volar, cuando de repente se cruzó con una bandada de cisnes que se unió a él. 

- ¡Hola! ¡Qué bellos sois! ¿Podría quedarme con vosotros?
- ¡Pues claro! ¡Eres uno de los nuestros! ¿Nunca has visto tu reflejo en el agua? Corre al estanque y obsérvate en el agua.

Y así fue como el patito feo descubrió que en lugar de un pato, siempre había sido un cisne. “A tu cuerpo nunca le ha sucedido nada”, le dijo la señora cisne. “La naturaleza no se equivocó y te hizo tal y como tenías que ser. Si los demás no te aceptaron por cómo eres, eso no te convierte en un error. Debes aprender a quererte a ti mismo, y así, algún día podrás rodearte de quienes también te quieran”. Y desde ese día, el cisne pudo ser feliz siendo quien era.