El cuento o, mejor dicho, la fábula de la liebre y la tortuga es una historia que se cree que fue escrita por Esopo. Un señor de la antigua Grecia al que le gustaba escribir pequeños relatos con una moraleja al final. Si nunca te la han contado, ¡estás de suerte! Porque hoy Neala ha querido dejárnosla por aquí.
La fábula de la liebre y la tortuga
Cuenta la historia que en un bosque vivía una liebre y una tortuga. No habría nada extraño en esto si no fuera porque la primera acostumbraba a reírse de la segunda. ¿Y por qué?, te preguntarás. Pues porque las liebres se caracterizan por ser animales muy veloces, que dan saltos con una enorme agilidad y esto les permite avanzar muy rápido.
Sin embargo, quién no conoce la expresión de ir a paso de tortuga… Nuestra amiga tiene que cargar con su enorme caparazón y este peso hace que tenga que tomarse su tiempo para llegar de un sitio a otro. Pero, ¿acaso tiene ella prisa?
La liebre acostumbraba a burlarse de la tortuga todos los días. Puesto que ella podía ir y venir en un momento, aprovechaba el resto de su tiempo para reírse de sus patas y de su velocidad. “¡Eh, tortuga! Y si un día tienes una emergencia, ¿cómo harás? ¿Crees que podrás ir corriendo a avisar a alguien? ¡Ah!, ¡pero si tú no sabes correr!, jajaja”, reía la liebre.
La tortuga nunca entraba en su juego, pues sabía que con tan poca empatía, nunca podría comprender los sentimientos de alguien que no fuera sí misma. Pero un día, cansada de tantos comentarios, retó a la liebre a una carrera.
“¿Cómo? ¿A mí? ¿Has perdido la cabeza? Jaja. ¡Pero si voy a ganarte!”. Convencida de que sería divertido dejar en ridículo a la atrevida tortuga delante del resto de animales del bosque, aceptó el reto.
El día de la carrera
Todo estaba listo para que la carrera comenzase. Las dos participantes se encontraban en sus puestos y se dio la orden de salida. La liebre salió dando saltos al tiempo que dejaba una nube de polvo tras sus pasos. En medio de ella, la tortuga avanzaba, lenta pero sin pararse en ningún momento.
La liebre, aburrida de esperar, retomó sus burlas hacia la tortuga, que la ignoraba para ahorrar fuerzas y así concentrarse en su objetivo: la meta. Aquella avanzaba y se detenía para esperarla, avanzaba y volvía a detenerse, hasta que se aburrió de la misma rutina.
Corrió dando saltos y decidió darse una cabezada en lo que esperaba a que llegase la tortuga. Pero… tal fue su confianza que se dejó dormir más de la cuenta, y para cuando abrió los ojos, la pequeña tortuga se encontraba ya a muy pocos pasos de la meta. La liebre corrió y brincó con todas sus fuerzas, pero en esta ocasión su velocidad no le sirvió para vencer a la constancia de la tortuga. Y por primera vez, se proclamó ganadora y humilló a la vanidosa tortuga.
Al tratarse de una fábula, hay una lección que podemos aprender de esta historia. ¿Se te ocurre cuál puede ser? Cada persona o animal tiene sus habilidades, y eso no les hace mejor o peor que los demás; lo que nos hace es diferentes, pero igual de válidos. ¡Y nunca te burles de los demás! Quién sabe lo que puede pasar, y el exceso de confianza puede jugarte una mala pasada.